Gracián y los audaces vuelos de una pluma melancólica

La conciencia por parte de Gracián del valor de su propia pluma, rasgo presente también en otras obras suyas, se percibe ya en la dedicatoria a don Pablo de Parada en la primera parte de El Criticón. En tal sentido, El Criticón se yergue como obra reivindicadora, por fin, de la capacidad de los españoles para usar no sólo la espada sino también la pluma lista para establecer una correlación ingeniosa entre desengaño, melancolía y sabiduría, apta para subrayar que los españoles (aunque haya disparidad entre aragoneses y valencianos), considerados secos, tétricos y graves, por ser sabios desengañados, saben vivir en un mundo lleno de apariencias, en el que se es víctima de los engaños y de las adversas intenciones de los demás. Una pluma -«mi pluma», la de Gracián - orgullosamente melancólica, merecedora de no caer (como anhela el impulso autoafirmativo del yo) en el olvido y que, en un marco escéptico, intenta cauterizar con sus vuelos la pérdida y el duelo, haciendo inmortales con su tinta tanto a los héroes de la prudencia como a los del ingenio